El Adrelsen se movía sinuosamente abandonando el muelle de Avharanna rumbo a Wigh dejando a unos pocos pasajeros y algo de carga: un grupo de guardias de relevo y algunos víveres para los monjes de la Escuela-Templo.La paz y quietud en la isla rara vez era interrumpida por algún visitante y, con alarmante frecuencia, alguna incursión aldezhim. Ello hizo que las patrullas enviadas desde Aethia se hicieran también más numerosas. Los efectivos del ejército eran variados para poder satisfacer cualquier necesidad y atajar cualquier tipo de peligro. O al menos los peligros conocidos que solían presentar los ya mencionados aldezhim. Él esperaba una patrulla aburrida, la deseaba más bien. Ya sabía que novedades y eventos inesperados en una patrulla solían ser sinónimos de malas noticias. El viejo dicho: “Todo son bromas hasta que los árboles empiezan a hablar” resonaba en su cabeza, tan familiar como marcar el paso o tallar una vasija.Le habían asignado a un joven recluta como compañero respondiendo a una consigna tradicional, para que los nuevos fueran aprendiendo de los más veteranos. No le importaba, ni las chanzas que se hacían a su costa. Para él, que ya había dejado la primavera de la vida hace mucho, no representaba ni ofensa ni desprecio y si alguien pasaba el tedio de la ronda, pues mejor.Ya habían pasado la mitad de la ronda, que consistía en pasearse por la senda de ascenso al Templo portando el cargamento del Adrelsen y dejárselo a Verdstën o a cualquier monje que los recibiese. Si no había novedades o correo la patrulla seguía por la senda que recorre la isla, de vuelta al amarradero. La parte buena era que el joven recluta estaba de buen humor y con un ánimo dicharachero; la parte mala acababa de empezar.El sol se estaba retirando y las sombras se hacían intensas y amplias. Los árboles y arbustos que decoraban la isla por el día, podían esconder peligros en la penumbra. Los sonidos de las pisadas y la conversación, normalmente tapados por otros como los piares de los pájaros o el romper de las olas, se hicieron notar. No se escuchaba nada más, como si el pequeño bosque contuviese el aliento.Se hizo tan evidente que el recluta enmudeció extrañado y se dio cuenta de que el veterano lancero empuñaba la lanza con más fuerza y alzaba el escudo. Lo imitó con nerviosismo.— ¿Qué es?… ¿ves algo? — susurraba.— Shh…. Atento a todo y recuerda tu entrenamiento. — respondió su compañero.Arriesgando desequilibrarse el lancero pasó todo el brazo por las asas del escudo y tomó la lanza, para coger con la mano libre una jabalina de su aljaba reglamentaria. Ese movimiento actuó como una señal para que varios hombres armados apareciesen de entre los setos. Mientras el joven ahogó una maldición sorprendido el lancero se lanzó hacia delante dos pasos para arrojar la jabalina y usar la lanza de apoyo para no caer desequilibrado y usar la inercia del movimiento para girar sobre ella y volver a su posición ya con la lanza empuñada. La jabalina no tenía la fuerza necesaria para atravesar escudos o armaduras pesadas, pero sí la suficiente para desequilibrar ligeramente al primer asaltante cuando la bloqueó con su rodela. Con uno de ellos perdiendo el paso, el número se reducía a tres, que descendían un altiplano a la carrera hasta la senda.—Recuerda tu entrenamiento. — volvió a recordar el veterano mientras se encaraba contra la amenaza. Momentos después se adelantó contra el primer oponente sorprendiéndolo al recibirlo antes de lo previsto con la lanza. Con la carrera, incapaz de reaccionar, la armadura de cuero cedió y se empaló a sí mismo. Los otros ya estaban intentando rodear y atacar al recluta, que se defendía malamente con su escudo y espada corta. Parecía claro que buscaban usar su ventaja numérica en un dos contra uno y atacar de frente y por la espalda al mismo tiempo. La veteranía del lancero había truncado en parte los planes, y ahora estaban en un uno para uno, espalda contra espalda, mientras el tiempo se echaba encima: el otro asaltante bajaba apresuradamente y debían dar la alarma. |